Vladimir Cora
Pintor, escultor y dibujante mexicano, nació en Acaponeta, Nayarit, en 1951. Estudió Artes Plásticas en la Escuela de Pintura y Escultura en Tijuana, y en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura La Esmeralda del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Entre sus reconocimientos se cuentan la mención honorífica en la Primera Bienal de Pintura Rufino Tamayo de Oaxaca; el Gran Premio de Confraternidad de Cuatro Culturas en la Primera Bienal de Pintura Iberoamericana del Instituto Andino de Artes Populares, en Miami, Florida; y el Premio de Artes Plásticas del Gobierno del Estado de Nayarit, en 1989.
Desde 1999, en su ciudad natal abrió sus puertas el Museo “Vladimir Cora”, en donde exhibe su colección particular con obras de Rufino Tamayo, Sergio Hernández, Sebastián, Francisco Toledo, Manuel Felguérez, los hermanos Castro Leñero, Jazzamoart, Vicente Rojo y Gabriel Macotela, entre otros.
Cora gusta de elegir un tema que trabaja por series, las cuales puede desarrollar de manera prolongada con diferentes técnicas y colores. Algunas de sus series han sido: Señoritas de Tecuala, Mujeres del Trópico, Bodegones, Bañistas, Interiores y Los Apóstoles. Por ejemplo, emprendió su serie Natura en 2002 a manera de reconocimiento a la mujer (y en particular, a su esposa Mary), y también porque sintió que le era necesario explorar más temas, si bien dentro del mismo estilo de neofiguración que lo caracteriza. Con una trayectoria de más de cuarenta años en las artes plásticas, sigue en constante evolución creativa.
Tras fijar su identidad artística inicial en una concepción analítica de la pintura, Cora no ha dejado de evolucionar, en primer lugar, durante la década de 1970, afrontando una dimensión más figurativa y barroca de lo pictórico, de atmósfera muy romántica. Más tarde, durante la década de 1980, depuró su lenguaje hasta transformarlo en una visión cada vez más concreta y sintética. Cada una de sus obras es una aventura estética: encuentro y desencuentro.
Desde hace más de diez años, Cora ha alisado la superficie pigmentada, no sólo convirtiendo las figuras y los gestos en apenas una impronta patinada, sino neutralizando los campos de color, que parecen barridos cromáticos, con gran sentido poético. La influencia que en este proceso ha tenido la experimentación con la escultura y de otros materiales, como las técnicas gráficas, y desde luego, el dibujo, ha sido clave para el hallazgo de su propio territorio estético.
Dotado con una poética sensibilidad para la pintura, su trayectoria ha carecido de sobresaltos. Ha conservado una identidad de fondo, que hace relativamente fácil la identificación de sus cuadros. En este sentido, su forma de trabajar la superficie y la materia, así como la reducción minimalista del motivo, permiten relacionar armónicamente toda su evolución pictórica, hasta su obra más reciente, como las infinitas series de cabezas y rostros que son escenarios y enigmas constantes en su obra.
La pintura y escultura de Vladimir Cora es una decantación dirigida a preservar lo esencial. La propuesta se sostiene sobre una profunda investigación formal que se centra narrativamente en la reelaboración imaginativa de la mitología helénica: figuras filiformes que destacan sobre planos horizontales y adelantan de improviso los severos campos de color definidos. Cora entiende que la pintura debe nacer “de los viejos mitos de la humanidad y transformarse en la presencia de lo sublime que habita el cuadro”.